Al tiempo que Cristóbal Colón andaba sumido en las preocupaciones de su cuarto viaje, mayormente encontrar una ruta occidental de paso al océano Índico, salió a la luz en mayo de 1503 la primera edición en castellano del Libro del famoso Marco Polo a manos de los impresores Estanislao Polono y Jacobo Cromberger. En este libro, el conocimiento occidental sobre Oriente sumaba los datos que compilaran los venecianos Marco Polo y Niccolo de Conti en sus respectivos siglos XIII y XV. Inspirada en la edición portuguesa de Valentim Fernandes de 1502, esta versión castellana contenía dos prólogos del arcediano maese Rodrigo Fernández de Santaella (1444-1509) al texto de Polo, además de un tratado del famoso humanista florentino Micer Poggio sobre la experiencia asiática de Conti.
La portada (fig. 1) muestra una división vertical bipartita que encabezan a izquierda y derecha dos figuras humanas: las de Polo y Poggio. La parte central izquierda la ocupa una imagen arquitectónica costera abarrotada y angosta bajo el título de “Santo Domingo en la isla Isabela” y la derecha un amplio elemento acuático con barcos frente a “Calicu” (Calcuta). La inclusión de dos puertos en hemisferios opuestos pareciera sugerir una posible entrada a Oriente por Occidente y validar el proyecto asiático de Colón. No obstante, el prólogo que sigue de “Maestre Rodrigo al lector” indica justamente lo contrario y advierte que las islas descubiertas recientemente “no son en las Indias”. Asegura además que engaña “quien quiso dar a entender que yendo a occidente…va a oriente”, pues “los que allá navegan llevan la proa en occidente…y su viento en popa es levante”, y advierte que “falsamente llama indios” a los que habitan en La Española y otras islas (en Polo, Libro de Las Cosas Maravillosas de Marco Polo 12–14).
Por su parte, el mapa de Juan de la Cosa de 1500 (fig. 2) había dado una impresión distinta: las islas del extremo occidental eran la antesala del extremo asiático. En dicho mapa, la figura de San Cristóbal, brújula en mano, se sitúa sobre el extremo donde coinciden Occidente y Oriente, huella de una cristiandad que se extiende a los confines del mundo (Nurminen et al. 159). Noticias también contrarias al esquema de Santaella son las de Pietro Martire d’Anghiera en el capítulo sexto de su Libretto de 1504, donde sostiene que “Cristophoro Colombo” ha arribado por poniente a islas de la India y hallado piedras preciosas, especias y oro. También menciona la grandeza de la esfera, el libro del cielo y del mundo de Aristóteles, y las obras de otros autores no ignorantes en cosmografía a quienes consta que la India no dista mucho de España por la ruta occidental, información que dice encontrarse en largos tratados de mar.
Resulta insólito que maese Rodrigo supiera que estas islas “no son en las Indias”. Su producción es mayormente religiosa (Martín Abad 263–265) y en su prólogo maneja fuentes bíblicas al tiempo que excluye referencias a tratados en Cosmografía. Dado que la ubicación aproximada de las islas occidentales no se empieza a vislumbrar hasta 1513 con Vasco Núñez de Balboa en el istmo panameño, el marco de discusión del arcediano es forzosamente especulativo. Y en este marco conjetural Santaella omite la posibilidad de arribar a las Indias por Occidente, aceptada al menos desde tiempos aristotélicos. Para deducir que “falsamente llaman indios” a los habitantes de las islas occidentales adopta pues la extraña premisa de que a Oriente solo se va por el este, como si usara la proyección plana de un referente esférico por mero ejercicio de refutación discursiva. El lector moderno se halla entonces frente a una mutua negación por la que texto y contexto se desautorizan recíprocamente. Al tiempo que el texto elude la esfericidad terrestre para invalidar la ruta colombina, el mundo-esfera es un hecho ya de sobra asumido en el contexto académico del arcediano.
Este trabajo aspira a elucidar la peculiar tesis de Maese Rodrigo recuperando su intención original: ganar una disputa contra Colón. Mientras que el Almirante establece la realidad admisible de haber arribado a las Indias por el oeste, el arcediano refuta lo establecido por lógica formal. Santaella emplea así las herramientas de una práctica común en su época, la refutación sofística, un deporte de ejecución oral remontable a la educación ateniense del S. IV a.C. Empleadas para entrenar a los universitarios del S.XV en lógica proposicional, las disputationes tendrán múltiples aplicaciones teológicas, legales, y físicas. En un sentido aristotélico, si el objetivo de toda controversia científica es revelar la verdad de un postulado establecido, el ejercicio de la disputa formal se centra en batir al oponente a toda costa, artimañas incluidas. Para ello, el refutador hallará el mayor número de errores y contradicciones en los argumentos del que establece y eludirá cualquier elemento que pueda debilitar su tesis. A falta de un interlocutor directo en esta polémica, la espontánea cosmografía de Santaella no se presta al entredicho inmediato de verdaderos cosmógrafos y navegantes. Sus argumentos constituyen el monólogo de un geógrafo improvisado. De su lógica se desprende una certeza que al tiempo evoca falsedad, algo no insólito en las proposiciones insolubles, presupuestos sofísticos verdaderos solo en apariencia. Del pensamiento del autor no hay indicio de anticipada “modernidad” ni cuestionamiento de la lógica clásica, sino una reafirmación medieval de esta.
Antes de exponer la argumentación anti-colombina, este ensayo dialogará con el aparato crítico precedente, situará el texto de Santaella en su momento editorial, y lo comparará con el Paulo de Valentim Fernandes (1502). Conviene primero distinguir la propuesta de este trabajo de las valoraciones anteriores y preguntarse cómo la chocante ambigüedad del arcediano sobre la verdadera forma del orbe fue desatendida, a excepción de Rinaldo Caddeo (1930) en un prólogo a la Historia del Almirante de Hernando Colón (1571). Responder esta pregunta es reconocer que las apreciaciones de Hazañas y la Rúa (1909), Benítez Claros (1947), Rogers (1957), Gil (1986), Valero Moreno (2006), Pascual Barea (2012), y López (2021) se centran en los aciertos del arcediano frente al error del Almirante, y no tanto en sus limitaciones. Por su parte, este ensayo se centrará en ambas cosas: la lógica con la que el arcediano aplasta al Almirante es la misma que puede invalidarla, una especie de meta-lógica consciente de los límites de la lógica formal, nada nuevo en la tradición escolástica.
1) El prólogo de maese Rodrigo: estudios precedentes y estado de la cuestión
Integrada la cosmografía de maese Rodrigo en la tradición paratextual de portadas de libros, prólogos y epílogos que enmarcan, dan sentido, e incluso saben manipular la recepción del texto, es evidente que detrás de la intención didáctica declarada se esconde una mayor: usar a Polo para perjudicar a Colón, hecho que constató Rogers en 1957 (286). Conviene ahora repasar las apreciaciones previas del prólogo en cuestión, las ediciones castellanas del Polo de Santaella, y vincular este ensayo con otros estudios relevantes.
Hazañas estima que “aún bien entrado el siglo” XVI, se pensaba que “las tierras descubiertas por Cristóbal Colón y que después tomaron por nombre América” eran de las regiones asiáticas visitadas por Polo y Conti, así que “las relaciones de ambos alcanzaron una estimación y popularidad extraordinarias” (51). Benítez Claros indica que Santaella quiere “deshacer el error geográfico” de “que las tierras encontradas a occidente constituían el extremo oriental de Asia.” “Esa promiscuidad que advertimos en la portada”, estima el autor, “no es arbitraria, sino que responde a la misma equivocación magnífica en que Colón fundamentó los cálculos de su viaje y en la que persistió no poco” (en Polo, Libro de Las Cosas Maravillosas de Marco Polo vii). Este autor advierte que el arcediano “sólo posee, naturalmente, una visión insular de las tierras halladas” y que únicamente propone que el archipiélago que explora Colón no es asiático (vii), lo que no implica que diera “lugar al descubrimiento de América”, como dijera Hazañas (55). Gil plantea cinco argumentos del arcediano contra Colón y estima que el “acicate máximo para culminar su obra” a tiempo fue que el Almirante, a quien llama “adversario” del autor, andaba capitulando con los reyes un nuevo viaje. “Tal noticia actuó en él como un revulsivo, incitándole a pregonar a los cuatro vientos el gran fraude de Colón” (en Polo, El libro de Marco Polo: ejemplar anotado por Cristóbal Colón 93–94).
Valero Moreno propone que “la faceta del Santaella censor, vigilante de la fe” guía su censura al Almirante, no por geografía (190) sino por “el problema espiritual” que suscita su “discurso profético y milenarista o escatológico” (en Polo, Libro del famoso Marco Polo veneciano 191–92). Pascual Barea concuerda con Rogers y con Gil y estima que Santaella refuta “con razón la teoría de Colón en sus delirios mesiánicos de que las tierras descubiertas a Occidente correspondían al continente asiático” y proclama “la existencia de un nuevo continente antes de que lo hiciera Amerigo Vespuche” (749). Por su parte, López repasa el protagonismo de Polo en la literatura de viajes, subraya su función religiosa, tanto en el precedente latino del dominico Pipino de Bolonia (1270-1328) como en la versión castellana de Santaella, fiel a “la propagación de la fe cristiana en la figura de Marco Polo y en su obra” (29), y estima, recogiendo la valoración de Valero Moreno, que “Colón, según lo que manifiesta Santaella, no era digno de tan grande privilegio” (38).
Enmarcar la obra de Santaella en la literatura de viajes desbordaría la intención del presente estudio, pero es evidente que su Polo contribuyó a la divulgación del género entre el público castellano e incluso británico. Benítez Claros enumera cinco ediciones de este libro: de la primera, la sevillana de 1503, Hernando Colón poseía una copia que debió consultar para defender la memoria de su padre de los ataques del arcediano. De esta procede probablemente la traducción al inglés impresa en Londres en 1579. La segunda, la toledana de 1507, no la asegura Benítez Claros (en Polo, Libro de Las Cosas Maravillosas de Marco Polo xviii) y Martín Abad apunta “que no se conoce ejemplar” de ella (430). Ambos autores incluyen y describen la tercera por Juan Varela de Salamanca en Sevilla (1518), muy fiel a la original de 1503 y “presentando con la…de Logroño, 1529, escasísimas variantes” según Benítez Claros (en Polo, Libro de Las Cosas Maravillosas de Marco Polo xix). La cuarta es una presunta edición sevillana de 1520 de dudosa existencia y atribuida por algunos a Jacobo Cromberger, dato que cuestiona Norton (en Martín Abad 430). Griffin no la incluye en su listado completo de la imprenta Cromberger. La quinta (1529), logroñesa, es de Miguel Eguía, “libro preciadísimo” a juicio de Benítez Claros (en Polo, Libro de Las Cosas Maravillosas de Marco Polo xx). Valero Moreno menciona estas cinco ediciones y subraya las portadas de 1503 (fig. 1) y 1518 (fig. 3), ya sea por la mutilación en algunos ejemplares o para describir sus diferencias (212-17) y señala que la de 1529 presenta variantes “poco significativas” con las de 1503 y 1518 (223).
Ahora bien, es importante subrayar una discrepancia notable entre la portada logroñesa (fig. 4) y las anteriores sevillanas (figs. 1 y 3): al carecer de toda dimensión geográfica, la de 1529 no presenta la dicotomía fundamental entre el oeste colombino (La Española) y el este índico (Calcuta) de la portada original. Esto es significativo porque la ausencia del elemento cartográfico paratextual original de 1503 en la edición de Eguía modifica la intención original de Santaella y en consecuencia matiza la recepción de su cosmografía. La intención de la portada original es presentar gráficamente el error colombino antes de denunciarlo textualmente en su cosmografía. No es un mero elemento decorativo.
Aunque este ensayo se centra en la cosmografía de Santaella y no pretende abarcar el corpus colombino, conviene que establezca conexiones con los trabajos de Zamora (1993) y Wey Gómez (2008). Que el prólogo de Bartolomé de las Casas al Diario de Colón tergiverse datos históricos por fundamentos retóricos y persuasivos (Zamora 22–27), es un recordatorio del potencial manipulador de todo elemento paratextual, incluido el prólogo del arcediano, alterador de datos cosmográficos por motivos igualmente retóricos y persuasivos. No ha de sorprender pues que Las Casas se apropiara del Diario del Almirante (48-56) para darle un sentido de “misión evangélica” (59), cuando Santaella había hecho ya algo similar con el libro de Polo para negárselo, dato señalado arriba (Valero Moreno y López). En términos narratológicos, se podría incluso aventurar que la apropiación que hace Las Casas del diario colombino convierte al Almirante en autor implícito bajo la dirección de un autor real[1], el misionero dominicano, responsable final de un discurso vertebrado artificial y sistemáticamente por sus intervenciones editoriales.
Santaella y las Casas cumplen su cometido respectivo al empaquetar un texto en un envoltorio nuevo y colocárselo al lector con un discurso que no existía en el original. El sentido evangélico que las Casas adjudica al diario colombino ya lo había apreciado O 'Gorman (1961) al situar la Historia de las Indias del dominicano en la evolución historiográfica de la invención de América. Integrar este continente en el devenir del mundo sigue una guía providencial: Dios es causa original y el hombre (Colón) causa instrumental. El Almirante no actúa entonces por revelación divina directa, según Las Casas, sino porque reúne las condiciones para ejecutar una misión sancionada por Dios (O’Gorman 19). Dado que el género de narrativa colombina de viajes procede de un bagaje cultural conocido, conviene reflexionar sobre la dualidad tipológica que apunta Zamora para el caso del Almirante: la exploración y el peregrinaje medievales (98). En ambos casos el viajero interpreta lo que encuentra, nombrando pragmáticamente lo nuevo explorado y confirmando simbólicamente lo antiguo peregrinado. Ahí radica el discurso colombino: demostrar la relación entre ambos (99) e interpretar su sentido religioso (129) y figurativo (133). Por su parte, al armarse su palabra con el desarme de la colombina, la cosmografía del arcediano desarticula toda correlación entre exploración y peregrinaje, poniendo así en su sitio al Almirante, geográfica y discursivamente.
Importa también recalcar los razonamientos propuestos en los debates de Santa Fe (1486 y 1492) con el análisis de Wey Gómez (2008), quien muestra que algunos miembros del Consejo Real de Castilla contrarios al plan de Colón hicieron uso selectivo de las fuentes académicas cosmográficas para defender una “geografía cerrada”. Por esta, la gran masa de tierra firme ocuparía el cuadrante norte del orbe, rodeada excéntricamente por tres partes acuáticas: navegar hasta el extremo asiático oriental por Occidente sería entonces impracticable. Contrariamente, los seguidores de una “geografía abierta” en los debates de Santa Fe concebían una tierra firme mayor y excéntrica al elemento acuático. Ello facilitaría alcanzar el sureste asiático por el suroeste occidental (Wey Gómez 110, 154–157) y explicaría que el almirante hubiera pensado alcanzar “otro mundo” (Colón 16) en su tercer viaje (Paria). La identificación de este nuevo mundo con una de las antípodas ignotas confirmaría no solo que la tierra firme es bastante mayor que un cuarto del orbe, sino que existen zonas tórridas habitadas en el extremo surasiático (Wey Gómez 156–57). Ambas cosas contradijeron la geografía “cerrada”, mayormente a partir de que las exploraciones portuguesas del siglo XV demostraron la gran amplitud sur del continente africano, hecho que no pudo desconocer el arcediano. Como se verá al final, la aguda negativa de Santaella a la perspectiva colombina pudo basarse en la geografía “cerrada” de los detractores de Colón que analiza Wey Gómez (109-131, 148, 152, y 157).
Quepa concluir con la perplejidad inicial de Padrón frente a la suma editorial de China y Nueva España en un mismo tomo, por obstinación de aunar Oriente y Occidente por poniente (2020, 1-2, 6), comparable al efecto de ver Calcuta y La Española encaradas en 1503 en la portada del Polo de Maese Rodrigo (fig. 1). Padrón menciona a Santaella (54 y 56) para subrayar su distinción absoluta entre este y oeste (59), anuncio del modelo cartográfico subsecuente opuesto: que la aspiración asiática del Almirante fuera quimera no impediría su persistencia, a pesar de comprobada la inmensidad marítima entre el estrecho de Panamá y las costas asiáticas tras el periplo de Magallanes. Contraria a la cosmografía del arcediano, la posterior ofuscación castellana en asociar Pacífico e Índico para vincular el “nuevo mundo” con Asia, es pues heredera del proyecto colombino. Se trataba de reducir aquella vasta amplitud acuática enlazando Indias occidentales y orientales por una ruta occidental y plasmar gráficamente una realidad moldeada por un imaginario geopolítico que aspiraba al inminente monopolio comercial castellano con Asia (3, 18, 23, 26, 28, y 30-40). El autor estima que tanto Oviedo (1478-1557) como Las Casas (1484-1566) y Acosta (1540-1600), no siguen un impulso “empírico” de conocer el espacio real. Sus especulaciones geográficas tienen intereses propios, reflejo del imperialismo reinante de su entorno intelectual. Oviedo insiste en la continuidad entre el hemisferio oriental y el occidental, las Casas mantiene que las Indias occidentales son parte de las Indias generales sin especificar qué las vincula, y Acosta asume la existencia de un acceso terrestre que “debe conectar América y Asia en el Pacífico norte” (Padrón, The Spacious Word 28–29).
2) Santaella y su modelo lusitano: cosmografías contrastadas
Inspirado en el Paulo de Valentim Fernandes (1502), Santaella usa el modelo lusitano para incrustar su verdadera “raison d’être” (Rogers 286): sentar que la Española y Calcuta ocupan extremos opuestos del mundo. No obstante, Fernandes visualiza el mundo globalmente, mientras que Santaella usa la proyección plana de un original esférico. De hecho, el único problema serio que encontró Rogers en Santaella es su posible concepción de la forma del orbe, recogiendo la sospecha de Caddeo sobre un posible rechazo del mundo esfera dentro del “canon” que maneja el autor (295). Contemporánea a Caddeo, Jane Cecile (1933) vio improbable que hubiera entonces en España teólogos anclados en un mundo plano (en Russel 2). Al margen de la duda de Caddeo, Rogers estima que la geografía de Santaella corresponde al mapa de Cantino (294) y la de Fernandes, al mapa de La Cosa (284). Ambos mapas sitúan tierras nuevamente “descubiertas” en el extremo occidental del Atlántico, pero uno (fig. 6) las representa como islas y el otro (fig. 2) muestra un contorno continental asociable con Asia.
No implica Rogers que Cantino pudiera haber influido al arcediano, sino que la ubicación en su mapa de las tierras nuevamente exploradas no desentona con su tesis. Tampoco explica Rogers cómo el autor hispalense pudo llegar a una conclusión geográfica contraria a su modelo lusitano. Es más, un rápido vistazo a los mapas de Cantino y de La Cosa mostrará que ambos se orientan al norte, como toda carta de navegar, mientras que el mapa mental del arcediano se orienta al este, propio en los mapamundis cristianos. La historiografía cartográfica medieval describe una larga evolución del mapamundi de T en O, cruz dentro del círculo, que culmina en la esfera renacentista que rescata la geografía ptolemaica (S. II). Sin embargo, este cambio del plano a la esfera entre los siglos VII y XVI no es forzosamente sintomático de una creencia medieval de que el mundo fuera plano. Hay pruebas sobradas sobre la persistencia del conocimiento clásico del mundo-esfera a través de toda la Edad Media (Harley and Woodward 318–321). Lo que sí es sintomático es que el arcediano decidiera quedarse con una representación textual plana obediente al mapamundi de T en O patrístico, cuya función es espiritual, para rebatir la tesis colombina.
Santaella presenta su Polo con dos paratextos. El primero es un prólogo dedicado al influyente don Alfonso de Silva, donde habla de “deleite” para los nobles “desseosos de leer e saber” sobre las partes del mundo, “mayormente aquellas que no alcançamos a ver y que de pocos fueron vistas e tractadas” y que "cada día descubren los muy nobles Reyes de Portugal (en Polo, Libro de Las Cosas Maravillosas de Marco Polo 3). Importa recalcar que son lusitanos, no hispanos, los reyes que el autor asocia al redescubrimiento asiático. Con ello veta toda aspiración asiática colombina. “E conociendo cuán deseoso es vuestra señoría de saber lo que a los otros es oculto”, continúa con intención divulgativa, “pensé” hacer el Polo “sevillano de veneziano y embiarlo a vuestra magnífica y generosa mano” (3). El segundo prólogo, dirigido al lector en general, comprende seis partes precedidas de una breve introducción geográfica orientativa que arranca de una alineación cardinal orientada al este y divide el mundo en tres partes, fiel a la T en O del mapamundi cristiano, detalle que no se le escapa a Rogers (289). “Avéis de saber que poniendo el hombre los ojos do nace el sol, la parte que tiene ante los ojos do el sol nace se llama oriente, e su contraria, do el sol se pone, poniente o occidente”, aclara el autor, quien sitúa “a la mano derecha” el sur o “meridión” y a “la parte contraria” el norte o “setentrión”. “Puesto un hombre”, esboza desde su vecina Cádiz, “e mirando el nacimiento del sol, vee (sic) tres partes principales del mundo” (en Polo, Libro de Las Cosas Maravillosas de Marco Polo 7): África al sur, Europa al norte, y Asia al este, observa el autor con perspectiva de 180 grados, dejando de espaldas el hemisferio oeste y sin aludir a la esfericidad del orbe.
En contraste, el Paulo de Fernandes presenta un orbe esférico (fig. 5)[2] , felicita al rey Manuel I porque sus naves han hecho puerto en Calcuta por el este, y navegado “más allá de los últimos confines de Occidente y comienzo de Oriente” (Aiiijr), vindicando así para Portugal dos rutas contrarias al mismo destino. Que el navegante lusitano Pedro Álvares Cabrales identificara la actual costa brasileña con el extremo asiático, por error comprensible en 1500, validaría el acierto de maese Rodrigo al dictaminar que los hallazgos al Occidente no eran parte de Oriente. Sin embargo, resulta improbable que Santaella supiera en 1502 lo que Fernandes desconocía en 1501[3]. Que el arcediano reconozca el éxito de una ruta lusitana a Oriente y descarte la otra es una estrategia indispensable para armar su tesis anti-colombina.
Después de la introducción orientativa, Maese Rodrigo nombra y describe las cinco “provincias” del mundo: África, Europa, Asia, Etiopía, y Arabia (Polo, Libro de Las Cosas Maravillosas de Marco Polo 7–15). Al describir Etiopía menciona el Cabo de Buena Esperanza, bautizado en 1488 por el navegante portugués Bartolomé Díaz, cuya empresa celebra el Paulo de Fernandes (Aiijv). El mapamundi de Martellus representa dicho cabo con un extremo sur africano cargado de topónimos, desmedido y orientado artificialmente hacia el sureste (Nurminen et al. 139), anuncio de la ambición lusitana con la ruta de Vasco de Gama a Calcuta (1498), destino inmortalizado en la portada del Polo de Santaella con “Calicu”. Después de listar y describir Arabia, maese Rodrigo postula sus tres argumentos en contra de Colón.
3) Arcediano contra Almirante.
El primero de los tres razonamientos en contra del Almirante (a quien nunca nombra directamente) se apoya en el nombre de Antilla, de la cual razona una etimología para alejarla de Asia. El segundo mantiene que el hallazgo de oro en La Española no prueba que dicha isla se encuentre en las bíblicas y atesoradas regiones de Tarsis, Ofín, Cetin y las minas de Salomón, como pretende Colón. El tercero es que las alusiones bíblicas a una futura misión cristiana en los confines el mundo, no demuestran que estos sean los mismos lugares que describe el Almirante en sus viajes.
Para exponer la importancia de Antilla, el arcediano la sitúa “en el gran mar occidental” que dejara de espaldas en su breve introducción geográfica orientativa. La ubica pues en un hemisferio contrario a la India, ya que las islas a las que arribaron las naves de Colón navegaron con proa “en occidente, y su viento en popa es levante… Donde parece que no navegan a la India, sino que fuyen, o se apartan de la India. Y esto parece”, razona, "que quiso dezir el nombre primero, que, o tenía, o le fue puesto, llamándola Antilla (en Polo, Libro de Las Cosas Maravillosas de Marco Polo 12). Por otra parte, el nombre de India “viene de un río llamado Hind o Hindo”, y hay tres indias, que son primera o baja, segunda o mediana, y tercera o alta. Y “fuera destas tres indias” no hay otras, “salvo” para “quien quiso a entender, yendo a occidente, que iva a oriente”, e incluso pretendía que “llegaba al Paraíso terrenal”, señala el autor en referencia al sinsentido de Colón en su tercer viaje (12). Dadas por válidas las tres y verdaderas indias, maese Rodrigo postula que hay una falsa india o Anti-India: “Y esto parece que quiso dezir el nombre primero” de “Antilla, que parece… corrompimiento de vulgo diziendo de Antindia, que quiere decir contra India, como antecristo contra Cristo, o antinorte contra norte” (13). Es lógico que el arcediano sostenga que los barcos con viento de levante llevan dirección poniente y “fuyen, o se apartan de India”, aunque extraña que no reconozca que de tanto apartarse de la India, uno llega eventualmente a la misma. En esta negación del oxímoron esférico, contra “quien quiso a entender, que yendo a occidente, que iva a oriente” (12) radica la lógica del autor contra el Almirante a expensas de su extraña ambigüedad cosmográfica. Veamos la perspectiva lusitana.
En 1957, Julio Gonçalves (303) sospechó que la etimología antillana de Santaella respondía a la ubicación de esta isla en la misteriosa carta náutica de 1424 (isla mayor al oeste de Portugal en fig. 7), atribuida después a Zuane Pizzigano. Armando Cortesão ya había divulgado en 1953 el primer análisis de este mapa e identificado el archipiélago dibujado en el extremo occidental con las Antillas americanas modernas. Aunque la etimología de Antilla aparece sujeta a varias interpretaciones, la más probable tiene su origen en el folclor marinero lusitano que la ubicaba en el extremo contrario de Europa. En portugués, “ante-ilha”, o anti-isla, se oponía por lo tanto a las costas lusitanas, no a India. Otra especulación etimológica de la época identifica Antilla con “Ante Ilhe” por asociación con Satán, dada su presunta proximidad a la isla de Satanaxio, geográficamente contraria en Occidente a la isla oriental del paraíso terrenal (Johnson 91). Esta última hipótesis no hubiera entrado en conflicto con el argumento de Santaella. Dichas interpretaciones etimológicas de Antilla muestran el concepto griego clásico de simetría y equilibrio geográficos aplicado a las ciencias cristianas medievales (92), y también a las disimetrías “antecristo contra Cristo o antinorte contra norte” del arcediano (en Polo, Libro de Las Cosas Maravillosas de Marco Polo 13). No extraña que el autor postule que Antilla es antítesis de India en lugar de adoptar una etimología portuguesa. Según las fuentes lusitanas, esta isla no distaba mucho de las costas asiáticas, por lo que la antigua leyenda marinera hubiera contradicho su razonamiento. Ubicar a Antilla en el extremo opuesto de Asia no es mera especulación, es un principio que vertebra el discurso anti colombino de Santaella. A Antilla no le queda pues más remedio que ser antítesis de India.
En su segundo razonamiento, el autor recurre a principios básicos constructivos y destructivos de la lógica, herramienta común en el debate escolástico. Que una parte de las cosas de Asia, oro, se encuentre también en Antilla, no significa que Antilla esté en Asia, razona el autor: no “por hallarse oro en la Española se le deve poner el nombre de Tarsis, ni Ofin, ni Cetin, ni creer que está en Asia, como alguno quiso decir…”. Entre los recursos destructivos que adopta el autor resaltan la infantilización, el sarcasmo, y la “reductio ad absurdum”. Aunque “la cosa es tan clara que parece escarnio provalla”, el autor acepta el reto didáctico que “combida razón que demos leche a los niños infantes”. Dar “leche” a los “niños infantes” es repasar información elemental de fuentes bíblicas: “el tercero libro de los Reyes en el capítulo diez” dice “qué traían los siervos de Salamón y de Irán”, con naves cargadas “de Ofin e Cetin e Tarsis” con oro y también “plata e madera thina e dientes de elefantes, e pavones, e monas, e piedras preciosas”, cosas habidas “en infinitos lugares de las verdaderas Indias”, tanto “en tierras apartadas, como en tierras asentadas en la costa del mar” y además en las “islas sin cuento que ay en la mar oriental”. Que dichas “se fallan” en Oriente se sabe “según la experiencia de los mercaderes que tratan en levante” y por la obra de “todos los que escrivieron” sobre las Indias, ya fueran católicos o “profanos”. Y con excepción del oro, que también “se falla en infinitos lugares de la parte oriental”, aclara, “en la isla Española no se halla tal madera (thina), ni todas las cosas nombradas” arriba. Así es que "quien por traerse oro de Antilla, quiere probar que fué Ofin, o Cetin o Tarsis donde lo traían a Salamón, primero a de provar que nunca lo ovo sino en un lugar "y demostrar que no se halla otro oro “salvo en aquel lugar de donde entonces lo traían a Salamón” es imposible, por lo que establece el Almirante “es manifiestamente falso” (en Polo, Libro de Las Cosas Maravillosas de Marco Polo 13–14).
El tercer razonamiento es similar, aunque rematado con una reducción al absurdo que resulta en sí absurda. Quien “entiende que la sacra historia e los sanctos profetas, cuando nombran tierras…e islas lexos de idólatras” donde “no fue oído el nombre del Señor” se refieren a “la Española” y “otras (islas) occidentales” tendría que “provar que no ay otros idólatras en el mundo sino los que él llama falsamente indios, ni otras islas sino la Española e las otras occidentales”, razona. “Y todo esto, cierto es todo falso”, sentencia con inflada paradoja y añade, no contento con esto, que “toda Grecia es islas, Sicilia noble isla es, e Malta…Mallorca…Canarias, Inglaterra, y otras infinitas que a todas cuatro partes del mundo ante de agora fueron falladas” (14). La denuncia del sinsentido colombino carece pues también de sentido al hiperbolizarse hasta la deformación, pero cumple con su propósito. Puestos a disparatar, sugiere, digamos que no existe otra isla en el mundo que las islas del desjuiciado Almirante. El sarcasmo y la reducción al absurdo son aquí más propios de una parodia disfrazada en falso silogismo que una verdadera refutación argumentativa. Para comprender esta nociva socarronería anti-colombina se ha sugerido que el arcediano tenía motivos personales para detestar al Almirante[4]. Ello no es improbable. También es probable que el ataque a Colón fuera primariamente erudito. Para ello, el autor no escatima recursos y echa mano tanto de la sátira como de la sofística, como veremos.
4) Lógica del arcediano
Una peculiaridad de la lógica escolástica es la capacidad de establecer cosas que son al tiempo verdaderas y falsas sin que dicha insolubilidad amenace su validez proposicional. Tal pudiera aparentar el caso de arribar a un mismo lugar por dos rutas opuestas direccionalmente. El arcediano no desconoce dicha posibilidad direccional doble, pero utiliza su contradicción inherente para transformarla en sofisma. A un estudio exhaustivo del discurso cosmográfico de maese Rodrigo que utiliza principios lógicos aristotélicos a conveniencia habrá que sumar otro que trasciende el tiempo del estagirita, se latiniza, se cristianiza, e incluye a sus comentaristas medievales Tomás de Aquino (1225-1274) y Pedro Hispano (1215-1277). Este tema se tratará en otro ensayo.
Con el estudio de las herramientas de la lógica para la oratoria, la persuasión y el debate, se reforzó la educación superior bajomedieval, como fue la impartida en la Universidad de Boloña, Italia, en cuya Escuela de Españoles se doctoró Santaella en artes liberales y teología, hacia 1475, según calcula Hazañas (3). Maierù (1994) encuentra que un gran número de currículos y métodos de enseñanza de las grandes universidades europeas de la época presentaba elementos básicos comunes (xii). Ello se aplica también a las reglas del debate sofístico en las aulas. Read (1993) estima que el entrenamiento en este tipo de disputa pudo durar más de un año, tiempo en el que los estudiantes habían de cumplir ambos roles opuestos: ataque y defensa. Consta que los libretos con tratados al uso en debates universitarios hasta el S. XVI retoman la tradición parisina del estudio de las Refutaciones sofísticas aristotélicas a partir del S.XII (xiv-xv). En Boloña se estudiaba gran parte de lo que hoy se conoce como el Órganon de Aristóteles y hacia el final de su formación, los candidatos al programa doctoral boloñés se centraban en las Refutaciones sofísticas del macedonio (Maireù 94–97). Es difícil ligar la obra del estagirita textualmente con la formación del joven Santaella sin acceso a comentarios escritos o apuntes sobre las fuentes que manejaron los estudiantes de la Escuela de Españoles en Boloña. No obstante, hay conceptos fundamentales de la lógica aristotélica que reaparecen en el prólogo del autor a su edición del libro de Polo. Que el ejercicio dialéctico de Santaella sea virtual no resta intensidad a su disputa frente a Colón. A falta de un intercambio sincrónico entre oponentes, uno que establece y otro que refuta, la impugnación del arcediano invalida los argumentos de su contrario sin otro árbitro que el lector potencial.
El compendio de lógica conocido como Órganon presenta conceptos aristotélicos reconocibles en los razonamientos del arcediano, comenzando por su parte inicial: Categorías, donde se discute la problemática que afecta la entidad de las cosas, ya sean vistas como homónimas, “cosas cuyo nombre es lo único que tienen en común” y su “correspondiente enunciado es distinto”, o sinónimas, cuyo “nombre es común” y además “su enunciado de la entidad es el mismo” (Aristóteles and Candel Sanmartín 29–30). La entidad verdadera de la India se encuentra en su nombre propio y la etimología que lo sustenta. La correspondencia entre nombre y referente es directa, de ahí su sinonimia. Por contraste, la India colombina es homónima porque solamente tiene en común con la India verdadera su nombre por asociación incorrecta con el referente real, ya que “muchos vulgares y aun hombres de más suerte piensan que Antilla, o estas islas nuevamente falladas…son en las Indias” y “son engañados por el nombre que le pusieron de Indias” (en Polo, Libro de Las Cosas Maravillosas de Marco Polo 11). El capítulo seis de Categorías trata el principio conocido por la “no-contradicción”: una cosa no puede ser algo y su contrario simultáneamente (Aristóteles and Candel Sanmartín 47), razón por la que India no puede ser India y Anti-India al mismo tiempo. Algo paralelo hace el capítulo diez cuando discute “los opuestos” y determina que toda cosa opuesta se contrapone en relación con algo (64): las cosas que se oponen como contrarias de ningún modo se dice que son ellas mismas la una respecto de la otra (65).
Los argumentos de Santaella reflejan principios básicos de Tópicos, piedra angular de Órganon, obra cuyos títulos por capítulos se acreditan al pensador Andrónico de Rodas, líder de la escuela peripatética (78-47 a. C.) quien compiló apuntes de Aristóteles con aplicaciones metodológicas, discursivas, y didácticas. El objetivo de estas lecciones es proporcionar “un método para razonar sobre problemas propuestos a partir de cosas plausibles y por el cual, si se enuncia algo, no se diga nada que le sea contrario” (Aristóteles and Candel Sanmartín 89–90), y poder así defender o refutar razonamientos según convenga, típicamente en público y bajo arbitraje. Las aplicaciones del método son pues ilimitadas para establecer y refutar argumentos, pero su mayor relevancia es que proporciona una teoría para llegar al fondo de toda cuestión[5]. En los programas de lógica implementados en la Universidad de Boloña, de los Tópicos se estudiaban el primer libro y parte del segundo (Maireù 97). El primero expone los métodos de la dialéctica (Aristóteles and Candel Sanmartín 89–119) e incluye los razonamientos, las tesis, la utilidad de la dialéctica, y la importancia de establecer y cuestionar las definiciones de las cosas para facilitar su conocimiento. Razonamiento es para el estagirita “un discurso en el que, sentadas ciertas cosas, necesariamente se da a la vez, a través de lo establecido, algo distinto de lo establecido” (90). Todo razonamiento se presta pues a un razonamiento alternativo, y ahí se alimenta la disputa por cualquier motivo, incluido el cosmográfico.
Las rutas de navegación para el comercio con Asia se configuran y reconfiguran de acuerdo con la circunstancia. Decir que la ruta establecida a la India es la oriental con viento de poniente expresa que existe también una ruta contraria: la occidental con viento de levante. Facilitada por la esfera del orbe, mencionada por el propio Aristóteles, defendida por el cardenal Pierre d’Ailly (1351-1540) y propuesta para evitar el bloqueo islámico del comercio europeo con Asia por Levante desde la caída de Constantinopla en 1453, será la ruta que inspire a Colón (Edson 207). A su vez, si esta alternativa colombina a la ruta tradicional de Marco Polo (S.XIII) se establece como la nueva ruta plausible, la contra alternativa sería la ruta lusitana con dirección sur y sureste (S. XV), celebrada en el prólogo de Fernandes al libro de Paulo (Ajv-AiiJv). Tratándose del libro de Polo, el arcediano opta pues por la ruta tradicional levantina para contrastarla nítidamente con la ruta colombina.
Que la tesis del Almirante sea un detonante para la antítesis del arcediano invita a revisar, en términos aristotélicos, si hay demostración real o simplemente ejercicio dialéctico en los argumentos que sustentan las rutas plausibles a la India. Por una parte, es demostrable que el razonamiento de maese Rodrigo “parte de cosas verdaderas”, ya que la ruta de levante a India es tan constatable como comprobada por Marco Polo en 1288. Lo mismo se puede decir de la ruta lusitana con Vasco de Gama en 1498. Por otro lado, pudiera parecer que el razonamiento de la ruta colombina es dialéctico porque está “construido a partir de cosas plausibles”, es decir, cosas “que parecen bien a todos, o a la mayoría, o a los sabios, y, entre estos últimos, a todos, o a la mayoría, o a los más conocidos y reputados” (Aristóteles and Candel Sanmartín 90). Es plausible llegar a Oriente por Occidente, dada la esfericidad del orbe. Es una posibilidad que aceptan los sabios y no desconoce maese Rodrigo y algo que “parece bien a todos” los acostumbrados a aceptar que el mundo es esfera, o al menos “la mayoría”, independientemente de que su experiencia espacial cuotidiana esté limitada por el plano.
En cuanto a los sabios, la historia de la cartografía muestra que a la mayoría les constaba la esfericidad del orbe, y algunos proporcionaron explicaciones a partir de observaciones astronómicas. Según el Venerable Bede (S. VII) "la causa de la desigualdad en la duración de los días es la forma en globo de la Tierra…centro del universo, no solo en latitud, como en la forma redonda de un escudo, sino también en todas las direcciones, como una pelota (Harley and Woodward 321). Aquino (S. XIII) razona que "la Tierra debe ser esférica porque los cambios en posición de las constelaciones ocurren a medida que uno se mueve sobre la superficie de la Tierra (321). Los autores bajomedievales siguieron “por lo general, estando de acuerdo sobre la esfericidad de la Tierra”. Tanto la demonstración aristotélica de la esfera como "el trabajo de Ptolomeo, para quien este concepto era esencial, fueron bien conocidos en Occidente a partir del S. XII (321). El texto adjunto al Atlas catalán de 1375 señala que “el mundo es una esfera de ciento ochenta mil estadios de circunferencia”. “Con la excepción de unos pocos trabajos polémicos” como el de Zacarías Lilio, la mayoría concordaría con Gautier de Metz en que “un hombre podía viajar alrededor del mundo como una mosca rodea una manzana”, y también Dante, John Mandeville, “William of Conches, Hildegard of Bingen, Adam of Bremen, Lambert of Saint-Omer, Vincent of Beauvais, Albertus Magnus, Robert Grosseteste, Sacrobosco, Roger Bacon”, y muchos más (321). Si bien es cierto que maese Rodrigo refuta la tesis colombina con razonamientos comprobables y rutas comprobadas, también lo es que al negar la ruta colombina se enfrenta a un corpus intelectual que lo supera.
En términos aristotélicos, “una tesis es un juicio paradójico que hace un filósofo y que no es posible contradecir” y que presenta “un problema” porque provoca polémica y discusión (106-107). El arcediano polemiza la tesis de la ruta occidental porque se basa en la premisa indemostrada de poder llegar a un lugar siguiendo una dirección contraria. Maese Rodrigo no tiene ningún reparo en contradecir este “juicio paradójico”, a pesar de que lo sostienen autoridades múltiples, incluidos Aristóteles, Roger Bacon y Pierre d’Ailly (Phillips 188–190), cuyos juicios no se basan en meras opiniones por ejercicio dialéctico, sino que tratan “cosas conforme a la verdad” a la manera del filósofo (Aristóteles and Candel Sanmartín 111). La dificultad que afronta Santaella es resolver un problema de una disciplina física, la cosmografía, con la metodología de otra disciplina, la lógica. Consecuentemente, su razonamiento no consigue tratar el problema “conforme a” toda “la verdad” sino que se limita al ejercicio dialéctico. Pero su cosmografía es singular porque a pesar de estar anclada en un mapa mental en el que Oriente y Occidente son extremos opuestos del mundo, tiene la fortuna de adelantarse a su tiempo al plantear que La Española y otras islas occidentales “no son en las Indias” y que “falsamente” se “llama indios” a sus habitantes (en Polo, Libro de Las Cosas Maravillosas de Marco Polo 11–14).
El primer “predicable” del primer libro de Tópicos es la “definición”: “un enunciado que significa el qué es ser…o bien…un enunciado en lugar de un nombre” (Aristóteles and Candel Sanmartín 95). El “ser India” conlleva atributos de la definición del nombre “India”, y para demostrar que se trata de ese “ser” se precisa que todos y cada uno de sus atributos se cumplan. Para maese Rodrigo, la prueba del “ser India” se encuentra en su etimología, en las cosas que se encuentran en India, y más concretamente, en el tipo de isla en que se encuentran las cosas a las que hace falsa referencia Colón. “Que todas las cosas que aquí se han dicho son de este tipo, es evidente a partir de ellas mismas”, señala Aristóteles refiriéndose a la labor de “probar si algo es idéntico o distinto”, “pues, habiendo mostrado que algo no es idéntico” a otra cosa, “habremos eliminado la definición” de ese algo. Para “establecer la definición no es suficiente haber mostrado que es idéntico” (96) en algo a tal cosa. La falsa identificación que hace Colón de La Española ocurre porque solo algunas y no “todas las cosas que” de allí “se han dicho son de ese tipo” de isla que existe en India. “Es evidente a partir de ellas mismas”, comparadas las islas de los extremos de Oriente y de Occidente, que se trata de dos cosas no idénticas. Las naves cargadas “de Ofin e Cetin e Tarsis” que señala maese Rodrigo no solamente venían cargadas de "oro, mas plata e madera thina e dientes de elefantes, e pavones, e monas, e piedras preciosas (en Polo, Libro de Las Cosas Maravillosas de Marco Polo 13). Con excepción del oro, que también “se falla en infinitos lugares de la parte oriental…en La Española no se halla tal madera (thina), ni todas las (otras) cosas nombradas” (13).
La ventaja del arcediano sobre el Almirante es notable. Mientras Colón establece, Santaella refuta. El primero debe asegurar que la definición de India es identificable con sus “hallazgos”, mientras que el segundo solo necesita mostrar “que algo” en lo definido por el primero no es idéntico a India para anular su identificación. El segundo libro de Tópicos trata los “lugares del accidente” y aconseja echar mano al modo sofístico cuando sea necesario para “llevar (la discusión) a tal punto que dispongamos de abundantes medios de ataque” (Aristóteles and Candel Sanmartín 131). El arcediano ataca la tesis del Almirante porque la considera engañosa y lo hace desde al menos tres ángulos diferentes: el nombre de Antilla, el hallazgo de oro, y los pueblos idólatras mencionados en la Biblia. Y para armar su ofensiva no duda en emplear las propias mañas de la sofística, arte que a menudo acude al engaño. Cabe pensar que Santaella justifica la sofística para desbaratar sofismos mayores, “por zelo de la verdad” y “por cauterizar este cáncer, que no corrompa más y engendre…mayores errores”, como aquél de “quien quiso dar a entender, yendo a occidente, que iva a oriente” y que ha llegado al paraíso terrenal (en Polo, Libro de Las Cosas Maravillosas de Marco Polo 11–12).
En el primer capítulo de Refutaciones sofísticas, Aristóteles aclara que “una refutación es un razonamiento con contradicción en la conclusión” (310) para desmentir lo que establece el oponente en un debate. En la conclusión de su prólogo al libro de Polo (1947), maese Rodrigo invita a que “vengamos a la suma de toda esta cuenta y digamos, que si por el oro que en Antilla se falla, avemos de creer que es Tarsis, e Ofin e Cetin”, entonces “avemos de creer que no es ella ellas, ni ellas ella”. Y tras recordar esta falsa asociación entre “ella” (Antilla) y “ellas” (Tarsis, Ofin, y Cetin), da paso a su tesis principal: que “Asia” y estas islas “son en oriente y Antilla La Española en occidente, en lugar e de condición muy diferente” (15). Ahora bien, el autor no tiene constancia de que Antilla o Española no estén en la India, aunque póstumamente tuviera razón, y tampoco la tiene de que realmente exista Antilla. Así cae en otra falsa asociación común en su época: usar el nombre de una isla ficticia sobre un mapa en espera de confirmación.[6] Aristóteles señala que existen aquellos que no hacen refutaciones verdaderas “pero parecen hacerlo, por muchas causas. De entre las cuales, el lugar más natural y corriente es el que se da a través de los nombres”. Ya que “no es posible discutir trayendo a presencia los objetos mismos…creemos que lo que ocurre con los nombres ocurre también con los objetos” (310). Que el error del arcediano, por una asociación común de la época entre los nombres de Antilla y Española sea involuntario no significa que no sea sofístico: es resultado de una “ignoratio elenchi” (322-326), o desconocimiento de algún dato en la refutación que es erróneo. Cosa diferente es la exclusión de la ruta occidental a Oriente. Para que esta fuera resultado de una “ignoratio”, el autor tendría que haber creído que el mundo es plano, lo cual es impensable.
Se puede concluir que la refutación de Santaella es sofística, es decir, falsa, porque no es capaz de probar que no se pueda ir a Oriente por Occidente. Para “probar…es preciso que de todas las cosas establecidas se desprenda la conclusión” necesaria, y no solamente que parezca necesaria, aclara Aristóteles (322). Ni es preciso anular la ruta occidental a Oriente ni tampoco que Antilla sea Anti-India para que La Española no esté en las Indias, pero sí se precisan ambas premisas para que la conclusión parezca necesaria. En cuanto a la ruta occidental, el autor hace una refutación aparente, “en función de tomar lo del principio y de sostener como causa lo no causal” (324). Que se pueda llegar a la India solo por Oriente es pues aparente, no real. En cuanto a la segunda premisa, pareciera que el arcediano usa lo que el estagirita llama “razonamiento desviado” por “paralogismo”. Esto pudiera ocurrir por error al especular sobre la etimología de Antilla cuando el arcediano deduce “por semejanza…de la expresión” (327) que Antilla es en realidad Anti-India sobre las bases de algo plausible, no comprobable. Pero también podría ocurrir que el autor transmutara lo improbable por plausible intencionalmente para alejar Antilla de Asia. “Quienes razonan de manera sofística, o erística” (por inclinación pendenciera a siempre ganar en debates), explica el pensador macedonio, están versados en dialéctica, por lo que hacen “razonamientos solo aparentes, aunque la conclusión sea verdadera (pues es engañosa al porqué)”. No hay razones aparentes de que el arcediano fuera un disputador pendenciero. Lo que sí parece en términos aristotélicos es que emplea razonamientos sofísticos “o desviados que, no estando de acuerdo con el método propio de cada” disciplina, sí que “parecen estar de acuerdo con la técnica en cuestión” (335). Entiéndase aquí la cosmografía como disciplina, cuyo método no pierde nunca de vista el referente esférico del mundo, y piénsese en una de las técnicas cosmográficas cuando Santaella nombra y describe las cinco partes conocidas del mundo. También funciona en la sofística acudir al ocultamiento, señala el estagirita, … en “los argumentos contenciosos” porque se usa “para que algo pase desapercibido, y esto es por mor de engañar” (345-346). Al omitir la posibilidad de dar la vuelta al mundo para llegar a India por Occidente, es útil no mencionar la esfericidad del orbe.
Maese Rodrigo tuvo que ser consciente de que los propios mecanismos de las refutaciones sofísticas podían volverse en su contra. A su favor está el problema de la homonimia y la equivocación colombina de llamar India a lo que no es India. “En los argumentos en función de la expresión la solución será siempre con arreglo a lo opuesto a aquello en lo que se apoya el argumento”, así es que, si el problema “es en función de una homonimia, es posible resolverlo diciendo lo opuesto” (Aristóteles and Candel Sanmartín 363–64). Evidentemente, si el Almirante dice estar en India, el arcediano replicará que en realidad está en Anti-India. Sin embargo, los capítulos 24 y 25 de Refutaciones sofísticas matizan el llamado “principio de no contradicción” y sirven para cuestionar la lógica del arcediano en dos frentes: el accidente, y la relatividad. “Cabe conocer y desconocer el mismo objeto, pero no bajo el mismo aspecto”, plantea el estagirita (365), refiriéndose al accidente como circunstancia de ese objeto. Que el objeto en cuestión, India, esté encubierto por la ruta occidental es mera circunstancia o accidente de una India accesible en realidad por varias partes. Cabe pues “la posibilidad de saber y no saber la misma cosa” (366), o saber que la India de Marco Polo es una entidad que se conoce por la ruta de Oriente e ignorar que la misma India es posible conocerla por una ruta de sentido opuesto.
El capítulo 25 de Refutaciones sofísticas (“Términos absolutos o relativos”) advierte que, aunque “los contrarios y los opuestos, la afirmación y la negación” no pueden darse “sin más en la misma cosa”, también es verdad que nada impide que así sea “en algún aspecto, o respecto a algo, o de alguna manera”. Si se ignora este principio “no hay refutación en modo alguno” (Aristóteles and Candel Sanmartín 367–68). En contradicción con su modelo lusitano, el Paulo de Fernandes, Santaella refuta la ruta colombina porque Occidente y Oriente son extremos opuestos y Anti-India e India no pueden darse “sin más en una misma cosa”. El problema es que sobre la esfera nada impide que el límite occidental sea “en algún aspecto, o respecto a algo, o de alguna manera” también el oriental, “más allá de los últimos confines de Occidente y comienzo de Oriente” (Fernandes Aiijr), especialmente en 1503, cuando aún no figuraba la gran masa continental que más tarde se llamaría América. Que La Española, conocida también por Antilla, fuera occidental y no oriental, es un accidente, no un absoluto, y pertenece pues al ámbito de la especulación y lo plausible cuando se publica el Polo del arcediano.
Conste que la cosmografía de Santaella cobra sentido pleno si se enmarca en los argumentos que motivaron a los censores de Colón en los debates de Santa Fe de 1986 y 1492 mencionados en la primera sección de este ensayo (Wey Gómez). Si como ellos, el arcediano imaginaba una gran esfera de agua excéntrica a la tierra firme, sería razonable que se opusiera a quienes, como Colón, concebían justamente lo contrario, más cuando la concentricidad de los mares era creencia de paganos como Aristóteles, Crates de Malos, Macrobio, y otros (116-122). Hombre profundamente religioso y defensor de la fe, el arcediano no debería estar en desacuerdo con la opinión del obispo Pablo de Santa María (1351-1435), inspirado en el Génesis 1: 9-10 para explicar la formación de la tierra firme al tercer día de la creación, razonar la excentricidad acuática sobre la terrestre (113-114), y proponer una geografía “cerrada” en la que la ruta de poniente hacia levante se presentaba impracticable.
No se concluya que la lógica del arcediano fracasa porque aplica la de Aristóteles de manera selectiva y oportunista y porque rechaza además la geografía del estagirita. Puestos a elegir, echar mano a referencias bíblicas para explicar el mundo le es preferible a aceptar fuentes paganas. Cuando asegura en términos absolutos (no accidentales) que a Oriente se va por el este y nunca por el oeste, no solo está proyectando un mapa mental tradicional cristiano orientado al sol creciente. También está planteando una resolución apropiada a una proposición insoluble al modo lógico de su tiempo. Pironet apunta que, sin exagerar, el género medieval sophismata jugó un papel tan importante en la facultad de artes liberales como la exégesis bíblica en la facultad de teología (en Spade 189). Dado que el joven Santaella se había formado en ambas facultades, el sentido que da a los descubrimientos colombinos ha de ser al tiempo lógico y teológico. Spade aclara que, aunque a veces las oraciones sofísticas son inicialmente tan ambiguas que engendran argumentos mutuamente exclusivos, la tendencia general es quedarse con una sola interpretación entre varias posibles (193). De hecho, la verdadera intención didáctica del sofismo es presentar un problema presuntamente insoluble para así poder entrar en la práctica de discutirlo y solucionarlo.
Conclusión
En su Vocabulario eclesiástico (1499), Rodrigo Fernández de Santaella define “sophisticus” como “cosa falaz y engañosa que se usa mayormente en disputación cuando por alguna especie o falacia uno engaña a otro” (clxvi). La disputa del arcediano frente a Colón en el prólogo al lector del Libro del famoso Marco Polo en 1503 es porque “muchos son engañados por el nombre que les pusieron de Indias” a La Española y otras islas que en realidad se “encuentran en el mar occidental” (en Polo, Libro de Las Cosas Maravillosas de Marco Polo 11–12). Aunque es “cosa falaz y engañosa” que se pueda llegar a un lugar navegando en dirección contraria, hay un punto de ruta en Occidente en el que uno se aleja tanto de Oriente que termina por acercarse. El propio argumento de maese Rodrigo contra el fraude de Colón es entonces un artificio. Tampoco escatima el autor en el uso de la infantilización, la hipérbole, la parodia, y el sarcasmo para ridiculizar a su oponente. En defensa del arcediano, estos ardides discursivos son un “mal menor” frente al gran embuste del Almirante, quien “falsamente llama indios” a los que habitan en La Española (14) e incluso dice haber llegado “al Paraíso terrenal” (12). Las Refutaciones sofísticas de Aristóteles son en principio un instrumento para delatar las trampas del contrario, pero también sirven para que cualquiera revele las argucias de uno. Aunque las técnicas del debate sofístico carecen de un sentido ético claro[7], de hacer el lector moderno (sabiendo hoy lo que sabe) un juicio de valor en la disputa que presenta este ensayo, puede que lo haga a favor del arcediano y en contra del Almirante: una ventaja del inconveniente de acercarse a las fuentes primarias con un inevitable acercamiento anacrónico.
Esta observación es propia, no de Zamora. La distinción entre autoría real e implícita se remonta al menos a 1961 con Wayne Booth (en Prince 8 y 42-43).
Con el globo de Behaim (1492), la Corona portuguesa amplía la representación del mundo, anuncia su centralidad, y a partir de 1495 adopta oficialmente el icono (Brotton 77).
Los Polos de Valentim Fernandes y Rodrigo Fernández de Santaella se publicaron aproximadamente un año después de su composición.
Gil estima que la “demasiada pasión” que “pone el canónico en estas páginas” solo se explica “si medió alguna rencilla entre él y D. Cristóbal” (93) y califica la crica anti-colombina de Santaella de “feroz y despiadada”, “tan virulente que asombra”: un “arrebato apasionado” con “expresión visceral de la más acerada polémica” (en Polo, El libro de Marco Polo: ejemplar anotado por Cristóbal Colón 94).
Tópicos es “poco menos que una metodología científica general o, incluso, una teoría general de la ciencia”. En Tópicos se contiene la dialéctica aristotélica, de la cual “nacen todos los temas que, desde la silogística” (lógica proposicional) “hasta la ontología” (estudio del ser), “pondrán por obra el análisis de la realidad a través del prisma del discurso (incluso el análisis de la realidad del propio discurso)”, precisa Candel Sanmartín (en Aristóteles and Candel Sanmartín 81).
Phillips apunta que Antilla es una de las varias islas dibujadas sobre mapas provisionalmente con la esperanza de que su existencia se comprobara algún día (227).
Las refutaciones sofísticas se pueden entender de tres formas: 1-“de procedencia” como “refutaciones de los sofistas”, 2- “de cualidad” sofística, o 3-como “refutaciones contra los sofistas”. Se tiende a interpretarlas en la primera y tercera forma y raramente en la segunda (Ramírez Vidal 243). Al mencionar algunos famosos sofistas, ya “sean poetas, oradores, o filósofos”, Aristóteles no los acusa de engatusadores (246). Visto como herramienta de entrenamiento académico, el sofismo medieval también carece de sentido peyorativo (Spade 186).

__*libro_del_famoso_marco_polo*__2006__v._2__p._213.png)
__vargas_martnez__p._52.jpeg)
__libro_del_famoso_marco_polo__2006__v._2__p._215.jpeg)
__libro_del_famoso_marco_polo._v.__p._i.jpeg)
._livro_de_marco_paulo__1922__p._i.jpeg)
__stefoff__p._75.jpeg)
__nebenzahl__p.10-11.jpeg)